Maduramos
y los besos ya no sabían a eternidad.
La pasión dejo de ser inodora
y tomó un sabor a maquillaje,
a trabajo.
a perfume
a gente.
Se olvidaron los besos,
se dejaron las caricias.
Aprendimos, con dolor,
que el deseo aumenta con la represión,
el amor se diluye con el tacto
y que la rutina fomenta la nostalgia
de la inocencia,
de la inmadurez.